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FESTIVAL EÑE: MESA REDONDA DE EDITORES

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Hoy he perdido 90 minutos de mi tiempo y 15€ de mi patrimonio. He escrito lo que viene a continuación porque me pagan 1€ por cada línea (más que a Hemingway) y tengo que recuperar, al menos, el dinero tirado a la basura. Por eso, si tiene algo mejor que hacer, deje de leer esto.

Madrid; sábado 17 de noviembre; 17,20h; taquilla del Centro de Bellas Artes. La sargento Margaret intenta obtener un precio justo para entrar al Festival EÑE.

……

-Mire señorita que a mí el resto de chorradas me trae al fresco. No pienso tragarme, por ejemplo, el recital ¿poético? de Luis Antonio de Villena, hasta ahí podíamos llegar. Yo solo quiero asistir a la mesa redonda de los 4 editores.

-15€

-Ya, pero es que no sabe con quién está usted hablando: soy militar de alta graduación y mutilada de guerra, mire aquí. Y he pasado casi dos años leyendo literatura española. Entienda que eso es peor que 5 años en Afganistan, en primera linea. Y yo…

-15€

- ¿Y si le enseño el carnet de la 3ª edad?

-15€

-¿Y si le digo que soy amiga del señor Wert?

-20€

 

Casamayor, Bértolo y, esteee, … no me sale… y lo tengo en la punta de …

A las 17:35h Cristina Fallarás (Sigueleyendo), Constantino Bértolo (Caballo de Troya, Mondadori), Juan Casamayor (Páginas de Espuma) y otro que no recuerdo, se sientan en medio de la sala de columnas del Círculo de Bellas Artes y empiezan a hablar. Queda claro, desde el principio, que el asunto es El futuro de la edición. Diez minutos después de dicho comienzo –a las 17:45h- queda también claro que ninguno de los cuatro participantes tiene puta idea del asunto en cuestión. Me doy cuenta de que la silla es muy incómoda.

La Fallarás, que se expresa muy bien y se escucha mejor, nos suelta el rollo que cualquier persona, mínimamente informada sobre el mundo de la edición, conoce. En su discurso todo son tópicos y chascarrillos para caer simpática a la audiencia. Oigo comentar por lo bajini a una maruja que se sienta detrás: “Hay que ver lo bien que habla esta chica”. Estoy segura de que si le hubiera preguntado, después del acto, por lo que había sacado en claro de todo lo dicho por la señora Fallarás, me habría puesto cara de póquer.

Fallarás

Constantino Bertolo juega a representar el papel del intelectual escéptico que ya está de vuelta de todo. Consigue que el público se ría en un par de ocasiones y eso –apaga y vámonos-  le da alas. Ya saben, boutade tras boutade. Por ejemplo: “los editores de hoy no tienen que leer manuscritos. Un editor que en la actualidad tiene que leer, va por mal camino”. O esta otra: “Los libros de la lista de los más vendidos sí son los más leídos, eso es lo que más me preocupa”. Mi vecino del 4º, don José, me cuenta unos chistes de caerme de culo. Además, no solo no me cobra 15€ sino que me invita a un orujo siempre que paso a verlo. Está fastidiado de las piernas –la circulación, ya saben- y no sale mucho, el pobre hombre.

Juan Casamayor utilizó una gracieta que debe ser nueva. Sin tener nada que ver con el asunto debatido, y mirando al tendido, soltó: “Yo vivo del cuento”. Dos señoras de la primera fila se rieron mucho, quizás demasiado. ¿Habrá ligado mucho durante su vida de editor con esa frase tan ingeniosa? [Aclaremos que la editorial de Casamayor, Páginas de Espuma, se ha especializado en la publicación de libros de relatos]

El 4º ponente, si no recuerdo mal, no dijo nada durante los primeros 80 minutos. ¿O sí? No recuerdo. Me dormí un ratito, lo reconozco. Puede que durante esa cabezada…

Hasta el minuto 80 todo lo que se dijo fue bastante predecible: “El futuro es lo digital”, “Lo digital ha llegado para quedarse”, “El papel y lo digital convivirán muchos años”, “La edición digital abre todo un mundo de posibilidades”, “Lo digital democratiza el panorama porque ya no es necesario pasar por un editor para hacer llegar tu libro a los lectores”… Así todo. Los cuatro participantes en la mesa redonda estaban de acuerdo –al menos así lo parecía- en esas opiniones que ya se han convertido en tópicos. Cuando alguno de los ponentes pronunciaba alguna de estas frase políticamente correctas (la mayoría salieron de la boca de Cristina Fallarás, todo hay que decirlo), los tres restantes asentían con la cabeza haciéndonos ver con ello que estaban en lo onda, que la modernidad les mola y que las vanguardias no les asustan.

Pero en el minuto 81 ocurrió algo terrible. ¡¡TATACHÁN!! Un chico muy guapo de la primera fila intentó recabar la opinión de al menos uno de los 4 ponentes sobre el hecho de que varias editoriales tradicionales estén comenzando a fichar –para publicarlos en papel- a ciertos autores que han tenido éxito (de ventas) en la red y que salieron por primera vez al mercado auto editándose. Por la forma de la pregunta y por las vueltas que dio el guapo espectador, todos entendimos que él mismo era un escritor auto editado en internet.

Los 4 protagonistas se miraron durante una décima de segundo, y el más veterano (Bértolo) se arrancó para decir que él también quería dar su opinión sobre el asunto del precio de los libros digitales (un tema que ya se había debatido). La pregunta del muchacho quedó sin responder.

Dos minutos después tomó el micrófono otra chica para –insistiendo en el tema- contarnos que su amiga (que estaba a su lado) y ella habían publicado sus libros en Amazon y que, al precio de 1 o 2 euros, habían vendido (de cada uno) cerca de 2.000 ejemplares (“descargas”). Su pregunta era si esa cifra de descargas era relevante para los editores allí presentes. [Aclaremos que minutos antes, Bértolo había reconocido que los escritores primerizos en España no suelen pasar de 500 copias vendidas en papel.]

Los editores volvieron a mirarse y los que estábamos en las primeras butacas pudimos oler el malestar que las últimas preguntas había generado entre ellos. Uno respondió: “Si usted tiene 2.000 descargas, ¿Por qué quiere editar en papel?”; Otro, conciliador pero mentiroso, dijo: “no se preocupe señorita, si de verdad tiene usted 2.000 descargas, ya la llamará un editor, ya verá”

Entonces, el editor que había estado callado hasta ese momento, con toda su mala leche y toda su sinceridad (debía estar hasta los cojones), le soltó en la cara a la inocente escritora digital: “2.000 descargas a 1€ es muy fácil de conseguir. Cualquiera puede hacerlo. Todas esas personas que se han bajado su novela, ¿Se la han leído?”

La zaherida autora (a la que ya le temblaba la voz) volvió a preguntar: “Entonces, ¿2.000 descargas no tienen importancia para ustedes? Los 4 editores respondieron al unísono: “NO”.

Los productores del evento llevaban un rato haciendo señas de que el tiempo se había acabado, hecho que aprovechó Cristina Fallarás para despedir el evento diciendo que lo habían pasado “muy bien”. ¿Quién? ¿Ellos?

Y yo me pregunto:

¿No decían estos editores que lo digital es muy guay y democrático? ¿Por qué entonces les jode que uno-cansado de ser rechazado-  se edite su propio libro?

¿Por qué siguen estos editores -y otros- publicando en papel los libros de autores que no pasan de 500 ejemplares vendidos y desprecian los escritos por aquellos que con mucho más mérito y esfuerzo se auto editan en la red y consiguen miles de descargas? ¿Quién le garantiza al editor que los 500 ejemplares vendidos en papel son más leídos (en %) que las 2.000 descargas? ¿Se han convertido los libros auto editados en internet en los nuevos apestados (como la novela romántica o los libros de auto ayuda) a ojos de los elitistas “intelectuales” que ocupan los despachos de director editorial?

¿Son estos cuatro editores lo mejor de la profesión? ¿No hay nada más interesante en el panorama editorial? Con esta mesa redonda, ¿pretendía La Fabrica  y el señor Alberto Anaut (organizadores del evento) enriquecer el debate sobre el futuro de la edición en España o dejar de manifiesto lo mal que está el mundo editorial en castellano? Si se trataba de conseguir el segundo objetivo, enhorabuena, señor Anaut: misión cumplida.



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